EL JUEGO

 

Juegan un juego. En él juegan a no jugar un juego. Si les muestro que juegan, falto a las reglas y me imponen un castigo” (Ronald David Laing).

En la entrada está Charly García. Hay en su rostro un aire diabólico, acentuado por una sonrisa donde la ironía no deja espacio a la piedad.  En el aire sobrevuela una música que parece venir de un lugar lejano confundiendo los sentidos. Un sol nocturno vierte su luz tenue y vertical difuminando los contornos. Todo límite es impreciso y no existe  modo de orientarse, ni de saber si se avanza, se retrocede o se está siempre en el mismo lugar.

Charly se retuerce las manos y, como quien inicia una extraña oración, las entrelaza por sus dedos flacos y nudosos hacia un lado del cuerpo, mientras inclina la cabeza hacia el otro. Como una marioneta grotesca lanza una carcajada y su voz cascada y burlona pronuncia las palabras de bienvenida que son, también, una advertencia: «La entrada es gratis. La salida … vemos».

Si es de su agrado, pase, no se quede ahí mirando, que el juego es bello y peligroso en idéntica proporción. No tiene límites de edad, ni de tiempo. Pero; la entrada es gratis, ya lo dijo Charly. La salida … vemos. Ahora lo escribo yo.

Imposible jugar solo. Se necesita un mínimo de dos personas. Se juega con ella. Pero si se descuida puede que ella juegue con Usted. No olvide que son rivales. No descarte que lleguen a odiarse o, por lo menos, que uno termine odiando al otro.

El espíritu del juego impone confrontación y colaboración entre participantes. Una comunión de fuerzas en equilibrio inestable. Sin la presencia del otro la acción no resulta posible, pero iniciada la misma, las destrezas confluyen en busca de un objetivo común, aunque pueden  ser divergentes  a partir de cualquier momento y en esa dinámica no es posible discernir dónde termina la colaboración y comienza la puja (“¿es lucha el abrazo?”).

Explica Johan Uizinga, en su libro “Homo ludens” que todo juego presenta un carácter dual entre “liberación y tensión”. La tensión responde a la búsqueda de un resultado que se sabe incierto, la liberación a que el jugador exponga sus destrezas, las saque de sí desplegándolas a campo abierto.

Sin perjuicio de su profesionalización -un profesional no juega, trabaja- la esencia de todo juego es la diversión, pues no se concibe uno donde el objetivo sea la tristeza. Ello es tan elemental como complejo de realizar porque no es fácil -sino imposible- adoptar un concepto universal de lo divertido, pues aquello que nos divierte puede resultar aburrido o, aún, triste para otros; leí por ahí que “todo el mundo llora por las mismas cosas, pero no todos se ríen de las mismas cosas”. No obstante la dificultad apuntada, es imprescindible no desnaturalizar la partida y buscar esa alegría que cumple un doble propósito: ser, a la vez, objetivo e inspiración, punto de partida y llegada.

Con todo queda, sin embargo, un enigma por resolver y es el relativo a la inteligencia. Esto es, si su empleo contribuye a mejorar el juego. Con el riesgo que entraña toda generalización puede afirmarse que el jugador inteligente no necesariamente es un buen jugador, pero un jugador que no piensa no es digno de entrar al ruedo.

Triunfo y derrota, son relativos en esta disciplina. Ver el barro convertido en oro es -muchas veces- solo cuestión de perspectiva y no pongo viceversa por no resultar sobreabundante.

La ciencia explica que es un “juego de suma no nula”, esto es, aquél en que no se igualan ganancias y pérdidas o, para decirlo de mejor modo: “ambos jugadores pueden ganar o perder a igual tiempo”.

A pesar de haber escrito que no se concibe jugador solitario, es posible que, en última instancia, cada quien juegue una ardua partida contra sí mismo porque, no pocas veces, somos nuestro propio e implacable adversario (¿enemigo?) al punto de no temer tanto a los demás sino, y siempre, a nosotros mismos, aunque ello no cambia la esencia porque, aquí también, y quizás más que en ningún otro caso, la entrada es gratis y la salida …vemos.

Lo singular de la propuesta es que no impone mandatos y deberes; todo se limita a una regla solitaria que configura un orden de carácter absoluto. Dentro de ella todo es posible: mentir, esconder, defraudar, fingir, ser insidioso, pérfido o ruin. Pero también, sincero, confiado, crédulo, ingenuo. Ofrecer todo sin esperar nada, o dar nada y que le ofrezcan todo.

Es ineludible aclarar cómo deben entenderse los adjetivos empleados, porque el lector puede -en modo involuntario- trasladar valoraciones que no resultan aplicables al juego y suponer, por ejemplo, que la ingenuidad es una virtud frente a la mentira. Ello no es exacto porque, como se expresó, todo juego tiene reglas propias que no pueden extenderse fuera de su campo de acción, a riesgo de desvirtuarlo en su esencia. De allí que, por caso, la inocencia, no necesariamente constituye un baluarte del jugador sino todo lo contrario.

Mi padre, empedernido jugador de naipes, me enseñó dos principios comunes a todo jugador que, por traslación, resultan aplicables a todo juego: 1) saber retirarse a tiempo; y 2) no apostar lo que no se tiene. En gran medida la primera regla incluye la segunda, pues quien sabe retirarse a tiempo, nunca apuesta lo que no tiene. Cada quien, entonces, podrá salir o ingresar al juego en cuanto lo disponga pero … la entrada es gratis, la salida … vemos. Ahora no lo dice Charly, ni lo escribo yo; lo está pensando Usted.

Existen tantos modos de jugar como jugadores haya. Los hay fríos y especuladores, como apasionados e impetuosos. Hay imposibles uniones de impacientes con tolerantes y contradictorias parejas de implacables con inocentes.

Cada jugador puede tener los asesores que quiera. Pero no está demás aclarar que todos los consejos son inútiles.

Le doy uno: elija cuidadosamente con quien jugar. No se apresure. Recuerde que la persona escogida es su compañero/a de juego, pero también adversario; y que cada debilidad encubre una fortaleza y que si Usted adquiere cierta destreza puede que le den absolutamente todo, pero puede, también, que le exijan en igual medida. No lo olvide, es un buen consejo.

El párrafo anterior encierra un equívoco. Me explico. Le advertí que elija cuidadosamente. Pero a menudo sucede que lejos de elegir, Usted sea la persona elegida. Y aún cuando crea haber elegido, no voy a ser yo quien garantice que no haya sido previamente seleccionado y que, en realidad, en lugar de ser anfitrión sea el invitado.

Aunque muchos desfallecieron en el intento, nadie murió por jugar. De todos modos, sepa que arriesga su vida.

Ahora preste atención. Está rodeado de jugadores encubiertos. Gente de todo credo y clase lo practica con imperturbable discreción. Porque, claro, la reserva hace a la esencia del juego, solo los tontos alardean de su condición de jugadores. El opulento banquero, la hacendosa mujer de la limpieza, el gordo de la esquina, la chica del kiosco, el viajante, el muchacho de la estación de servicio, el atildado escribano, el guarango de la verdulería, su socio, el Señor Gerente, el «che pibe» de la oficina, el pelado del 5° «B», la minita de enfrente y el profesor de matemática juegan, jugaron o pueden hacerlo en el futuro. Todos ellos constituyen ecuaciones probables, parejas viables. No existen uniones imposibles y el límite está en la imaginación que no tiene límites. Si … no se inquiete, no está en mi ánimo sembrar desconfianza, pero quizás Usted duerma con el enemigo. ¿Por qué no?

Tal vez alguna noche se cruce con ellos -cada uno atendiendo su juego- y se ignoren como desconocidos. Recuerde ser discreto, ofrende su reserva si ha comprendido en forma cabal la esencia del juego y, por sobre todo, no juzgue apresuradamente o, en el peor de los casos, juzgue a partir de Usted mismo: Si el hombre es la medida de todas las cosas, sea tan severo con los otros como lo es con Usted mismo.

Quizás la mesa esté servida y lo aguarden con ansiedad. No es propio de la dama o el caballero hacerse esperar, pero no es de buen gusto precipitarse desaforadamente.

No me asiste el derecho a dar recomendaciones, pero cedo a la tentación de formular una sugerencia: sea cual sea su forma de jugar, ya en acción, no renuncie a la belleza. Es lo que este juego tiene de común con el arte. Despliegue su inspiración y, al menos, una vez, libérese de los cerrojos que lo atan a usted mismo,  haga que su compañero de juego -que es también adversario- inspire sus movimientos e inspire los de él. Los auténticos artistas, como los grandes jugadores -en algún momento- trascienden lo sensorial para alcanzar lo sensible y logran una  experiencia que no puede ser expresada por palabra alguna. Una experiencia mística que no consiente explicaciones y reina en un sitio donde razón y locura se unen haciendo coincidir los opuestos.

Es ese el punto álgido del juego y, también, un límite abrupto, un filoso abismo, una separación de aguas,  que obliga a los contrincantes a unirse como único modo de sobrevivir y postergar el canto del cisne para resucitar sin morir, porque no ya el final, sino la destrucción del juego sobreviene con el quebrantamiento de su única regla que enuncio, sin más, para prevenir malos entendidos: Está terminantemente prohibido enamorarse. Aquí, el amor lo arruina todo.

Evitará la sorpresa,  si recuerda que estamos en el ámbito de una disciplina cuyas pautas limitan en modo estricto las posibilidades de los jugadores que arribados a esa frontera, no pueden excederla porque rige el principio: “Juego desvirtuado, juego terminado”.

Descuento que lo sabe, pero para concluir esta explicación, que bien puede ser tomada como invitación o advertencia, me limito a escribir que este, es el juego de los amantes: La entrada es gratis. La salida …. Vemos.

Abel Antonio Ponse

 

Pintura: “El cerrojo”, “Le verrou”, Jean-Honoré Fragonard, 1.777.  Museo del Louvre.

 

 

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Salvador Assenza dice:

    Excelente, me ubique en unas das partes finales

  2. La única regla es la que no depende de uno! no? por todos «El Banquete» de Platón.
    Saludos!

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